El libro de la felicidad by Nina Berberova

El libro de la felicidad by Nina Berberova

autor:Nina Berberova [Berberova, Nina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1935-12-31T16:00:00+00:00


VI

—Preguntaron por ti —anunció Shurka Ventsova una semana más tarde al entrar en casa de Vera—, quieren volver a verte, dicen que entonces estaba muy oscuro y que no pudieron verte bien.

El corazón de Vera dio un vuelco, como si presintiera alguna desgracia.

—¿Pero no le dijiste cómo me llamo?

No, Shurka no se lo había dicho, pero él tampoco lo había preguntado. Simplemente había pedido que se invitara de nuevo algún día a aquella dama alta y hermosa que llevaba el cuello de encaje.

—¿De mí dijo «hermosa»?

—De ti.

—Evidentemente estaba muy oscuro.

Y Shurka había venido a buscar a Vera para llevarla a su casa.

—No, no iré, no tengo tiempo. Y él, ¿está esperando?

—Vive en nuestra casa.

—Pues con mayor razón puedo ir cualquier otro día. Además… me dijo que no vivía en vuestra casa. O sea que me mintió.

Esto lo cambiaba todo. Ella se sintió tan confundida, que no logró sentir alegría alguna; ella, que según las palabras de su madre, era una persona a la que absolutamente todo le producía felicidad, en esta ocasión, cuando tenía un motivo para lanzarse al cuello de Shurka, para cantar y armar alboroto, se mantuvo inmóvil y en silencio. Petrificada por dentro miraba con ojos de piedra los ojos tan vivos de Shurka. ¿Para qué había pedido que la llamaran? ¿Por qué había decidido volver? ¿Qué era lo que quería? Ya era demasiado tarde. No hacía falta.

Pero Shurka obligó a Vera aponerse el abrigo y juntas salieron a la calle.

—Podemos dar un rodeo, hace muy buen tiempo —propuso Vera. Y dieron un rodeo.

Era un deseo velado de alargar el tiempo. ¿Quién era él? ¿Un Pechorin que la había martirizado a lo largo de toda una semana, antes de aparecer de nuevo (aunque ella, en realidad, no había sufrido nada y en este mismo momento se lo haría saber)? ¿O simplemente una persona tan ocupada con sus asuntos (que había partido en viaje de negocios y que no había vuelto sino la víspera) que no tendría ningún inconveniente en resucitar una aventura? ¿O quizá durante la semana había conseguido olvidar todo lo que había sucedido entre ellos y había conservado de Vera un recuerdo distinto, maravilloso, y ahora deseaba empezar todo desde el comienzo, desde un comienzo distinto, desde un comienzo seguramente muy difícil?

—Entremos aquí —dice Vera y arrastra a Shurka a una relojería que hacía poco tiempo habían abierto y que, por lo pronto era la única de la ciudad—. Desde hace mucho tengo ganas de entrar en esta tienda.

—Lo nuestro no es una tienda, es un taller de relojería —dice con voz potente y convulsiva un hombre pequeño asustado ante la propuesta de Vera.

—Es igual. Quiero vender un anillo.

—¿De oro?

Vera se quita el anillo de oro que lleva en el dedo anular; tiene un rubí y diamantes. El hombre de pequeña estatura lo examina con la lupa: el rubí es fundido, las chispitas de diamante no valen nada. Con una rapidez asombrosa extrae el rubí igual que si fuera el empaste de una muela, y lo pone en la balanza.



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